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Ya hemos estado presentando a lo largo de todo el año múltiples evidencias de la importancia del trabajo de Darwin y algunas de las personas con las que se relacionó.
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Si el siglo XVIII había supuesto una edad de oro del descubrimiento de nuestro planeta, con la Ilustración como fuerza motora, tan sólo había generado un incremento en la descripción de la diversidad natural del mismo. Fue el siglo XIX, con su multitud de movimientos revolucionarios, el que generó un nuevo ímpetu en la búsqueda de explicaciones para toda esa biodiversidad, la cual culminó con la obra de Darwin (y Wallace). Y a partir de ese momento, la Ciencia en general se deshizo de sus ataduras religiosas y supuso el gran despegue de la sociedad occidental para enfrentarse a los grandes retos del siglo XX, muchos de los cuales fueron incluso producto del nuevo desarrollo tecnológico.
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