A unos pasos del Parlamento Europeo se encuentra el edificio del museo, el cual está presidido por una estatua inmensa de un iguanodón, emblema del país, pues el más grande descubrimiento de esta especie se produjo en la mina de carbón de Bernissart, en la provincia de Henao al sur de Bélgica, en Valonia. Dentro del edificio, en la recepción, un inmenso esqueleto de ballena cuelga sobre nuestras cabezas. Ambos gigantes nos indican que vamos a entrar en un museo que nada tiene que envidiar a su tamaño.
En la planta baja, nada más entrar, está el área dedicada a la geología, con una exposición muy llamativa y excelentemente montada de minerales. Allí descubrimos la gran originalidad del museo: vitrinas con distintas secciones de una quiastolita, una impresionante sala donde se veían minerales fluorescentes con luz ultravioleta e incluso una maqueta donde te explicaban cómo se generan los espeleotemas. Como curiosidad decir que en una sección dedicada a los meteoritos, Azuara figuraba en la lista de los lugares de impacto más importantes de Europa.
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Después de sentirnos como niños con los dinosaurios, visitamos una curiosa sala dedicada a los 250 años de la investigación en ciencias naturales en Bélgica, desde que el gobernador de Holanda creo una colección de "objetos curiosos". Allí se pueden ver maquetas de animales en peligro de extinción y de otros ya extintos como el tigre de Tasmania, así como del barco "The Belgium" que realizó innumerables misiones a lo largo y ancho de los siete mares.
Pero a parte de estas exposiciones permanentes, también tuvimos la suerte de visitar una exposición temporal inaugurada a penas dos días antes de visitar el museo: la galería de la Evolución, una sala que seguía la constante de espectacularidad y de buen gusto en el montaje que en la de los dinosaurios, pero que hacía un repaso sobre el origen de las especies y su evolución a lo largo de la historia, desde el Precámbrico con la fauna de Ediacara, hasta las posibles especies que podrían aparecer en el futuro. Todo ello con curiosas reconstrucciones y juegos, como por ejemplo uno sobre el movimiento de las mandíbulas de omnívoros, carnívoros o roedores.
Para finalizar la visita teníamos que pasar por tres nuevas exposiciones más, algo más pequeñas pero igual de curiosas. Una era un pasillo al estilo de los tubos que hay en los acuarios de los parques temáticos, en el que estaba representada la fauna de los polos con distintas maquetas de animales. Al final del improvisado acuario llegabas a la sala de las
Tras cuatro horas de visita, un infernal dolor de pies y unos cuantos regalitos comprados en la tienda, abandoné el museo con una extraña sensación. ¿Por qué en España no se cuida tanto el patrimonio paleontológico del país? No creo que sea por falta de yacimientos, ni de mamíferos (Somosaguas, Batallones) ni de homínidos (Atapuerca), ni tan siquiera de dinosaurios (Teurel, Cuenca). Es cierto que España es un país mucho más grande que Bélgica, pero tenemos un importante patrimonio geológico y paleontológico que muy poca gente conoce. Esa fue la sensación que saqué de la visita a este museo, que en España aun estamos retrasados en el conocimiento de nuestra propia ciencia.
1 comentario:
Impresionante entrada, Dani. Te superas día a día.
Pues parece que tendremos que apuntarnos un nuevo destino paleoturístico en nuestras agendas.
Y sí, ciertamente, es una lástima que nuestro país no apueste por un Museo Nacional de Ciencias Naturales con la calidad que merecemos sus ciudadanos y el patrimonio natural envidiable que atesoramos dentro de nuestras fronteras... Después de todo somos la octava potencia mundial ¿no? y hasta estamos en el G-20... ¿No debería notarse eso en nuestras instituciones dedicadas a la divulgación de la ciencia?
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